“Un momento más, Sr. Verdugo. » Como la Comtesse du Barry subiendo al andamio, la industria automovilística alemana pide un respiro para sus motores de gasolina condenados por la Comisión Europea a morir en 2035. Al menos eso es lo que entendemos del golpe de teatro en Bruselas que ve a Berlín amenazando dejar de avalar la parada de motores térmicos prevista para esta fecha. La firma política se suponía que era una formalidad, se convierte en una crisis diplomática.
Bien sûr, le ministre libéral allemand des transports, Volker Wissing, grand défenseur de la puissante filière automobile allemande, a profité d’un changement politique en Italie pour faire peser cette menace, mais son attitude réveille le vieux débat jamais clos entre la transition et la ruptura.
¿Deberíamos mejorar continuamente los motores de gasolina, equiparlos con el llamado combustible “limpio” o prohibirlos? En cuanto a la innovación, lo nuevo, en este caso el coche eléctrico, siempre busca acabar con lo viejo para sustituirlo. Esto no siempre funciona y, a menudo, lleva más tiempo de lo esperado. Pero cuando la restricción ambiental empuja a los políticos a acelerar el ritmo, la respuesta de los fabricantes debe seguir. ¿Pero a qué ritmo? Demasiado rápido y los clientes no los siguen, demasiado lento y los competidores toman el control.
Electrificación generalizada
La mayoría de los fabricantes ya han programado el cierre de su producción térmica para 2030, o incluso antes. Pero algunos grandes exportadores alemanes, como BMW o Mercedes, incluso Volkswagen, quieren seguir vendiendo sus sedanes en todo el mundo, ya que solo Europa ha puesto el hacha en una fecha tan cercana. De ahí la idea de extender los motores más allá de 2035.
Las noticias de Bruselas ponen el foco en el automóvil, pero esta cuestión de la transición obsesiona a todos los industriales, desde la siderurgia a la petrolera y, detrás, a toda la sociedad implicada en esta gran convulsión. Las grandes petroleras americanas imaginan, por ejemplo, que su salvación no pasará por la salida del petróleo y el gas sino por la captura de carbono que les permita continuar su actividad hasta el final de los tiempos. Es una ilusión. La realidad es que más allá del condicionante medioambiental, la electrificación de los usos, compañera imprescindible de la sociedad digital, se está generalizando por doquier, desde el horno siderúrgico hasta el martillo neumático, pasando por el transporte. Y en esta última área la transición se parece cada vez más a una verdadera ruptura.