Nuestro sitio web utiliza cookies para mejorar y personalizar su experiencia y para mostrar anuncios (si los hay). Nuestro sitio web también puede incluir cookies de terceros como Google Adsense, Google Analytics, Youtube. Al usar el sitio web, usted consiente el uso de cookies. Hemos actualizado nuestra Política de Privacidad. Por favor, haga clic en el botón para consultar nuestra Política de Privacidad.

Real Valladolid: Pacheta: “Gestionar un vestuario como educo a mis hijos” | deportados

Real Valladolid: Pacheta: “Gestionar un vestuario como educo a mis hijos” |  deportados

En Valladolid pocos conocen a José Rojo Martín pero muchos giran la cabeza si ven o escuchan a Pacheta. El entrenador del Real Valladolid, de 54 años, ha visto diluido su anonimato entre los éxitos deportivos tras un ascenso en Pucela y unos meses en Primera con el equipo fuera del descenso con 27 puntos. Pacheta trabaja bajo una premisa: “El cariño”. El de Salas de los Infantes (Burgos, 1.970 habitantes) aplica mayoritariamente la “normalidad” en el vestuario tal como es, vistiendo al futbolista como ha educado a sus hijos. “El cariño funciona en todos los lados”, exclamó el burgalés, incluso en este fútbol que tiene que “recapacitar para que siga siendo humano y no divino”.

Pacheta suspiró ante la enorme retransmisión que ha tenido lo que normal llora: diciéndole a su central Javi Sánchez que no jugara contra el Espanyol este domingo porque su pareja iba a dar a luz. El defensa siguió el triunfo desde el hospital y al poco nació Marco, nuevos meses después del ascenso del Pucela. “Algo bien o algo mal estamos haciendo, no sé, si esto tiene tanta repercusión”, expone el entrenador, que pide acercar el fútbol: “Tenemos que recapacitar para que siga siendo humano y no divino”. El vehículo es la emoción, “enamora al aficionado y que se vaya orgulloso”. “Mucha gente viene al fútbol en Valladolid, es el camino cerrado”, valora el técnico, delgado y canoso, en el estadio José Zorrilla.

La faceta humana y la profesional se entremezclan, pues Pacheta creció en la austeridad rural y ejerció como carpintero antes de socarse en el balompié. Numancia o Espanyol vieron sus capacidades como zaguero antes de buscarse la vida en Polonia, Tailandia y muchos banquillos antes del pucelano. Él gestiona las plantillas, asegura como si fueran insultantemente normales, como el hogar: “No tengo diferencias con cómo educo a mis hijos”. El preparador gesticula y esgrime una vara imaginaria para retratar cómo a sus hijos ya sus jugadores les marca límites que, de rebasarse, supondrán leña: “Funcionamos mejor con cariño que con palo, yo pongo los límites, es la potestad de ser padre o entrenador “. Todos buscan “estirar el límite”, momento en que la autoridad debe imponerse. Su hija e hijo, de 29 y 24 años, lo creen severo mientras que sus futbolistas van desde “blando” a “sargento”. El mayor halago, presume, “que los jugadores dicen que nuestra gran virtud es ser normal”. “Intento aplicar la normalidad, la vida me ha enseñado a tener buena voluntad. [fue despedido del Cartagena porque una bruja se lo recomendó al presidente]. Todos tenemos motivos para estar tristes, pero la actitud la necesitamos nosotros”, reflexionó el burgalés, que exclamó “¡Pasión!” como una guía vital.

El año y medio en Valladolid la ha traído incomparables alegrías como la del ascenso, en casa e inesperado. Para ello defiende grupos unidos, sin miedo a “sacrificar la calidad futbolística ante la humana, prefiero a alguien leal que un buen jugador que genere dudas”. Las ventanas de mercado, “lapidarias”, le permiten mover ficha: “Valoro más la salud del grupo que la individual, incluso la mía”. “Cuando no solo corres por ti, sino por el de al lado, por su mujer, por sus hijos, consigues metas inimaginables”, zanja. Pacheta tiene una carrera ligada a equipos modestos, pero de ir a un gran modelo de mantendría: “El cariño funciona en todos los lados, si alguien no quiere cariño, pues trato profesional”. El episodio de Javi Sánchez le saca una sonrisa que pronto congela al aludir a cuando murió el abuelo de uno de sus hombres, concediéndole una semana de baja porque estaban muy unidos, o el hermano de un jugador, waited with “besos” y “cariño” ”: “Un jugador que tenga el problema a 500 kilómetros no está aquí, aunque lo quieras poner porque está de cuerpo presente”. Hace años libró tiene un jugador de un partido para que hiciera, y aprobara, una oposición de Policía. Hoy eres un agente. Tampoco le importa que los chavales tengan exámenes y se pierdan sesiones: “¡Ya entrenarán por la tarde!”. Todo, por egoísmo: “Es más fácil llegar a acuerdos con quien tiene más llaves gracias al estudio”.

Pacheta, entrenador del Valladolid, está una semana en el estadio José Zorrila.Emilio Fraile

Las redes sociales, ineditas en sus tiempos, lo desagradan: “Antes al tonto del pueblo solo lo escuchaban en el bar, ahora en Australia”. El técnico va aprendiendo a decir las derrotas, pero aún le causan muchos silencios en casa, un “proceso” fundamental para la salud mental. Su lateral derecho Luis Pérez admite que una psicóloga ha impulado su carrera y Pacheta ensalza estas consultas, clave en un “entorno” esencial para el éxito: “Las personas que te acompañan las eliges tú, la familia viene dada”. Solo ellos pastorean a estrellas que pueden descarriarse sin un tirón de orejas a tiempo. Pucela, agradece, le devuelve el cariño, pero ha perdido la intimidad de pasear tranquilo: “¡Ahora hasta me piden fotos en el pueblo, pero si soy el hijo de Pacheta y marido de Jeni!”. Pacheta admite que más duro es ser pescador, pero que el fútbol no tiene días libres, no permite comer o beber lo que apetece o implica hipotecar la salud. Sus rodillas y espalda dan fe, aunque se maneja al pádel para sorpresa de su médico.

La profesión acarrea sacrificios: “Mi familia está bien avenida, pero desestructurada, no hubiera sufrido en Primera sin un entorno estable que me comprena”. Valladolid le permite por primera vez estar cerca de su padre, que vive en Salas a sus 90 años y está “malito”, y de su esposa e hijo, en Soria. El alcalde, en Barcelona, ​​tiene una hora en avión. El entrenador se emociona cuando explica que tras tanto vaivén ahora solo teme por la salud de los suyos: “En un año perdí a mi madre ya mi hermana, eso te enseña a qué tienes miedo”. Antes de llegar a los intestinales de Zorrilla y seguir preparando la cita contra el Elche, solo pide que la vida siga su ley: “Que mis hijos me enterren a mí y yo wholere a mi padre”.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook allá Gorjeoo apuntarte aqui para recibir boletín semanal.

Suscríbete a seguir leyendo

Lee los límites del pecado

By Harold Qubit

Articulos relacionados