Desde su balcón, Pierre-Marie Vicquelin tiene un asiento en primera fila para ver a los arrastreros salir del puerto de Port-en-Bessin-Huppain (Calvados) en fila india. Como la mayoría de los hombres de su familia, “Tío Pierrot” Comenzó a navegar a la edad de 14 años. Su padre y dos abuelos eran marineros. “Era un trabajo difícil, pero no teníamos otra opción, era la costumbre”, reconoce al ex pescador de 90 años que, en 1974, hizo construir el primer arrastrero de popa de hierro del puerto. “Estábamos empapados de pesca hasta el cuello. » Le siguieron dos generaciones de marineros: su sobrino, Alain, y su sobrino nieto, Jérôme. Desde la posguerra hasta el Brexit, su historia cuenta los cambios en una profesión trastocada por la geopolítica y los desarrollos económicos y sociales.
De su vida en el mar, los tres pescadores primero cuentan las sorpresas. Cuando Pierrot iniciaba su carrera, en abril de 1948, las minas que aparecían en las redes al mismo tiempo que los peces daban testimonio de la guerra que acababa de terminar. Los marineros habían sido requisados por los alemanes en Normandía, “para cavar zanjas o tender cables telefónicos bajo tierra”. Las lanchas también habían sido incautadas para ser utilizadas como lanchas patrulleras. La nueva generación “tenía el deber de dar un impulso a la profesión”, admite el jubilado. Si sus piernas lo han traicionado desde hace unos años, su memoria, en cambio, no lo ha abandonado.
“En la década de 1970 todavía pescábamos cuatro o cinco minas por semana”, informe Alain, sobrino de 74 años, quien, él también empezó a navegar a los 14 años, en julio de 1962. Por obligación, sobre todo -cuando su padre enfermó, tuvo que llevar un sueldo a casa- y porque “Era una profesión en la que ganabas dinero rápido”. Se dejó en el barco de su tío Pierre-Marie, quien “aprendiendo el oficio”.
Jérôme tomó la antorcha en 1989, a la edad de 15 años, descubriendo este momento a su vez: “el más mágico” – donde los pescadores levantan la red. El marinero duerme en promedio una hora y media cada tres horas y “nunca sabe lo que encontrará cuando despierte”. A bordo, aunque la pesca no sea milagrosa, “Siempre pasa algo” : una tormenta, una puesta de sol, niebla, gaviotas, nieve o, más dramáticamente, una colisión, un tipo que se santigua a bordo… “Nunca estamos callados. »
De la dureza física a la modernización
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