Carolina del Sur es conocida en Estados Unidos por sus playas, sus campos de golf, su receta de cacahuetes hervidos y la infalibilidad a la hora de elegir candidatos en las primarias. Especialmente, en las republicanas. Desde que en 1980 se empezaron a celebrar estratégicamente situadas entre las primeras del ciclo de la larga campaña que desemboca en noviembre en las elecciones presidenciales, sus votantes solo han fallado una vez: fue cuando en 2012 optaron por Newt Gingrich en lugar de por Mitt Romney, el hombre que resultó finalmente elegido para enfrentarse (y perder) con el entonces presidente Barack Obama.
Este sábado, Carolina del Sur decidirá si concede los delegados del partido conservador a su compatriota Nikki Haley, que además fue su gobernadora entre 2011 y 2017, o al expresidente Donald Trump, que aspira a regresar a la Casa Blanca. De los 14 candidatos que empezaron la carrera para obtener la designación republicana solo quedan ellos dos. Por el camino, dicen todas las encuestas, también se quedó la emoción: los sondeos de esta semana daban al magnate una ventaja de más de 30 puntos, pese a lo cual, Haley ha prometido que este fin de semana no será el de su retirada. Aguantará, ha avisado, hasta las primarias de Míchigan, que se celebran en unos días, y también hasta el famoso supermartes, cuando coincide un aluvión de votaciones por todo el país (15 estados deciden 874 de 2.429 delegados republicanos). Es la fecha que acostumbra a dejar resueltas las papeletas de ambos partidos. Y todo indica que en el gran déjà vu de este 2024 llevarán impresas la repetición del enfrentamiento de las elecciones de 2020, en las que Joe Biden derrotó a Trump.
En el lenguaje de las primarias, Carolina del Sur tiene su propio alias: es el “First in the South”, el primero del Sur, que esta vez llega tras las citas republicanas de los caucus de Iowa, las primarias de ambos partidos en New Hampshire y la algo caótica duplicidad primarias/caucus de Nevada. En todas ellas, arrasó con holgura Trump, y en un mitin que concedió el viernes en el norte del Estado, en Rock Hill, dio por hecho que volvería a hacerlo aquí, y que merece lo que tradicionalmente suele venir después de ese triunfo: que todo el partido se aglutine en torno a su candidatura.
“El prestigio de nuestras primarias se debe no solo a su alta capacidad de acierto, sino también a que Iowa y New Hampshire han venido acostumbrado a seleccionar a candidatos diferentes,. Nosotros solemos desempeñar un papel decisivo en el desempate”, explica en una entrevista telefónica H. Gibbs Knott, profesor de Ciencia Política del Colegio Universitario de Charleston y coautor de First in the South: Why South Carolina Presidential Primary Matters (Las primeras del Sur: Por qué son importantes las primarias presidenciales de Carolina del Sur). “Ahora la cosa es bien diferente“, admite, “estas son unas elecciones muy atípicas. Primero, por la excéntrica figura de Trump, que todo lo altera. Y segundo, porque ni siquiera hemos asistido a un debate entre los dos candidatos”.
Carolina del Sur, advierte Knott, tiene un significado especial, aunque distinto, para cada partido. Para los republicanos, sus primarias son una bola de cristal casi perfecta que les habla de las preferencias de los votantes del Sur, lugares clave para asegurarse un triunfo en las presidenciales. Para los demócratas, es el primer Estado en decidir con una significativa porción de votantes negros, un sector de la población que acostumbra a situarse a la izquierda: con un 27,09%, es el quinto con mayor porcentaje de población afroamericana de la Unión.
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“Demográficamente, es muy diferente de Iowa, New Hampshire o incluso Nevada. Y eso lo hace mucho más parecido al conjunto del país”, cuenta en una conversación telefónica Caitlin E. Jewitt, profesora en la universidad Virginia Tech y autora de un ensayo sobre el proceso de las primarias presidenciales.
Maniobras demócratas
Jewitt recuerda que ese es el motivo por el que el Partido Demócrata trató de maniobrar para colocar este año la cita de Carolina del Sur al principio del calendario. Quién vota primero, advierte la experta, es importante, por su capacidad para orientar la disputa por “la atención mediática que recibe”. También por el dinero que trae que varios candidatos estén aún en un punto álgido de sus campañas y por los hoteles, coches de alquiler y otros gastos en los que incurren la legión de reporteros sobre el terreno.
De haber salido victorioso Biden, New Hampshire habría perdido todo eso, así que sus líderes demócratas locales se defendieron con uñas y dientes para evitar que les robaran su destacada posición en la pole. Finalmente, celebraron sus primarias el 23 de enero, pero por esa disputa Biden no se inscribió a tiempo y su nombre no figuraba en las papeletas. Tampoco hizo campaña, pero ganó. No es que se dejara ver mucho tampoco un par de semanas después en Carolina del Sur, donde se llevó el 96,2% de los votos en una votación con una participación inusualmente baja.
“Los demócratas, con todo, llegaron tarde a la fiesta de Carolina del Sur”, aclara Knott. En 1988, celebraron sus primeros caucus, y abrazaron el sistema de primarias cuatro años después. También suelen dar en la diana. Desde entonces, solo han fallado una vez en sus predicciones de quién sería el aspirante a la Casa Blanca, cuando en 2004 escogieron a John Edwards (y no a John Kerry, que perdió ante George Bush hijo).
En la pasión republicana por las urnas de este Estado del Sur tuvo un papel esencial Ronald Reagan. “Lo eligieron en 1980, y entonces no estaban claras sus opciones”, dice Knott. “El hecho de que saliera bendecido de aquí y que luego se convirtiera en un enorme referente del conservadurismo estadounidense, y en un presidente que consumió sus dos mandatos contribuyó al prestigio de estas primarias”, añade el experto, que recuerda también el caso de Obama: su triunfo en 2008 en Carolina del Sur frente a Hillary dio alas a una inusual candidatura que acabó llevándolo, también por dos mandatos, a la Casa Blanca.
Este año la cosa está para menos sorpresas. Es muy poco plausible que Haley saque a Trump del camino despejado que lo llevará (salvo una muy improbable inhabilitación, que está en manos del Tribunal Supremo) a un nuevo enfrentamiento con Biden. ¿Qué busca Haley, entonces, en su empeño de aguantar hasta el supermartes? “Probablemente, elevar su perfil nacional con la idea, tal vez, de postularse en 2028; si eso sucede, ya tendrá creada la organización de su campaña”, considera Jewitt, que incluye en la ecuación una “cuestión de principios”, en la que parecen apoyarle “poderosos donantes que aún no han perdido la paciencia”. “También creo que quiere demostrar que aún existe un Partido Republicano que no está de acuerdo con los modales del expresidente”, añade. Lo único cierto es que en mitad del ojo del huracán Trump, a Haley no le está resultando fácil que ese mensaje cale.
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