S¿Estamos condenados a elegir entre ecología y economía? No, hay esperanza. Consiste en cambiar el objetivo de las empresas. Comentario ? Por la votación de una ley en la Asamblea Nacional que modificó la forma de calcular las rentas de sus dueños, los accionistas.
Tres criterios regirían su retribución: la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero; inversión neta (como indicador de prosperidad macroeconómica); y justicia social (en forma de reducción de las desigualdades salariales entre los gerentes y el resto de la fuerza laboral).
Dado que son los accionistas quienes nombran y despiden a los gerentes, esto provocaría una Big Bang gerencial. En lugar de apuntar a maximizar las ganancias, las empresas buscaban reducir los gases de efecto invernadero como una prioridad.
Sin dividendo en caso de aumento de emisiones
En efecto, de los tres criterios, es éste el que domina, por lo que los accionistas no tendrían derecho a ningún dividendo en caso de aumento de las emisiones. No sería posible compensar con los otros dos. Pero su presencia implicaría que la lucha contra el cambio climático se hace compatible con la prosperidad económica.
La remuneración de los decisores económicos no solo sería proporcional a los logros ecológicos y la inversión, sino que no habría dividendos en caso de desinversión. También deberá incluir las emisiones de los proveedores y transportistas en los cálculos, para incentivar a las empresas a ser virtuosas en todo momento.
Este simple cambio lo cambiaría todo. Cambiar solo una regla estropearía todo el juego. Llamemos a este nuevo sistema económico «climatismo». Aunque todavía basada en la iniciativa privada, ya no giraría en torno a las ganancias, sino a la conciliación entre la preservación del clima y la prosperidad macroeconómica, ya que la inversión depende de las capacidades productivas de la economía en su conjunto. En definitiva, se trata de compatibilizar el interés individual de los accionistas con el interés común, salvaguarda del planeta, sin sacrificar la actividad económica ni la justicia social.
Esto alentaría a las empresas a asumir la responsabilidad ecológica y macroeconómica de sus actividades. Este incentivo sería constante, ya que condicionaría la retribución de los accionistas. Las ganancias quedarían relegadas al lugar que les corresponde: el fondo. No jugaban otro papel que el secundario, porque seguirían aplicándose las reglas habituales del concurso de acreedores, de modo que en caso de acumulación de pérdidas, la empresa dejaría de existir.
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