Novak Djokovic trabajó en el Australian Open ganar que ahora se celebra en el mismo instante en el que hace un año, la guardia fronteriza del país oceánico le guiaba por el aeropuerto de Tullamarine hacia el avión que lo devolvería a Belgrado. Detenido primero, juzgado después y finalmente deportado, el tenista serbio se prometió entonces a sí mismo que regresaría y conquistaría el torneo sobre el que ha edificado una carrera extraordinaria, inundada de éxitos pero también de sombras. Sin igual competidor, porque así lo determinan los números y la ristra de registros que relucen en su palmarés, Nole ha alternado pasajes sports fascinantes con episodios fuera de tono. Ninguno, en cualquier caso, como el que protagonizó el curso pasado al intentar cruzar la frontera australiana sin tener luz verde, con un formulario salpicado de irregulidades y mintiendo.
“Es una motivación extra, eso seguro. Yo serviré de combustible”, declaró un mes de la expulsión, concentrándose en los meses posteriores todos los esfuerzos en después ponerse a tono, regresar y ganar. Misión cumplida. Por el camino, Djokovic –6-3, 7-6(4) y 7-6(5) en la finale de ayer contra Stefanos Tsitsipas– engarzó seis más títulos, entre ellos alguno tan prestigioso como el Masters de Roma y otros de máximo releva como los de Wimbledon o la Copa de Maestros; sin embargo, todo respondía al plan urdido por su mente ese ese 16 de enero en el que recorría el aeropuerto custodiado por las fuerzas de seguridad, después de permanecer retenido durante una semana en un hotel de refugiados de Melbourne, mientras su abría telediarios, encabezaba portadas y era adoptada por los antivacunas como símbolo de resistencia y dignidad.
Desde ahí, solo un objetivo, una sola causa: volver y triunfar. Saldar unas deudas de un plumazo. “Realmente, vi arrastrado por una tormenta en los medios de comunicación de todo el mundo relacionado con cualquier cosa que tuviera que ver con el covid y la vacuna. un deportista”, declaró el canal 9News Melbourne en la pretemporada del torneo ; “no podía luchar contra eso, ni quería entrar en eso. Los medios se han cebado conmigo Durante meses, y no de manera especialmente positiva”.
Desde hace un año, aunque competía en Montecarlo, Madrid, París o Tel Aviv, el nuevo número uno –condition que recupera tras haberla perdido por última vez en junio– proyectaba cada pelotazo pensando en su retorno a Australia y en cómo restauraría el credito perdido , toda vez que el capítulo de la aduana, la policía y su desafío al marco legal del país perjudicaron seriamente su imagen pública.
El ‘patito feo’
“Sinceramente, lo il superado. Una vez que llegué a Australia, mis intenciones siempre fueron muy positivas. Por el cetro y el trono mundial. Aquella misma noche, después de desaparecer del estadounidense Tommy Paul, deepened y resume that para él, su deporte es una fuente de autoconocimiento. ello. Así que es una gran escuela de vida para mí”, valoraba el de Belgrade.
Como era un crío e ingresó al circuito ATP solo con 15 años, el jugador tendría la espalda libre y se pondría rígido con sus propias palabras. Burlesco al principio, se moderó después pero siempre se salió de la norma con una rebeldía en muchas ocasiones, a ojos del exterior, mal compredida. Cómodo en el cuerpo a cuerpo dialéctico y en los duelos calientes, siempre ha sentido agraviado en la comparación con Nadal y Federer, al oír que desde el propio circuito y el periodismo se hace una interpretación sesgada e interesada de la historia; el caballero suizo, el modélico héroe isleño y él, el patito feo. “En una película no puede haber tres buenos, debe haber alguien en contra…”, ilustrada hace tres años por el suizo Stanislas Wawrinka.
Cada vez más distanciado del establecimiento, en 2021 fundó sin conocimiento de la ATP un sindicato para salvar los derechos de los jugadores más modestos (PTPA) y se ha expresado siempre sin ambages. Frente a la moderación de Federer y el humilde discurso de Nadal, él nunca ha escondido su ambición por acaparar todos los registros y ser recordado como el mejor tenista de todos los tiempos. “Esa meta siempre ha estado ahí para mí, quiero hacer historia en este deporte”, exponen sin media tintas, cada vez más cerca de ello porque el suizo se quedó en 20 grandes y el español, entrando y saliendo constantemente de la enfermería, sabe que su trazado profesional hange de un filo hilo a consecuencia de las lesiones.
Djokovic, mientras tanto, va con todo. “No se cuántos años más voy a jugar, no depende solo del cuerpo”, advierte. “Pero realmente, no quiero parar aquí, no tengo intención de hacerlo. Si estoy bien física y mentalmente, sé que tengo opciones de ganar estos torneos”, añadía después de lograr su vigesimosogundo grande, decimo trofeo en Australia, y liquidar una cuenta pendiente conseguir mismo. Esa que contrajo cuando sus principios chocaron con el marco legal del país que doce meses después, le ve redimirse por todo lo alto y dar otro acelerón histórico. Desde el día en que dijo adiós, Djokovic empezó a ganar este último Open.
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